La aventura radiofónica de Ojo Tuerto continúa, con más ganas, más energía y alguna que otra travesura. Esta vez por radio Nacional de Huanuni. transmitiremos desde el 1 de febrero, a partir de las dos de la tarde. No se la pierdan.
jueves, 28 de enero de 2021
miércoles, 19 de agosto de 2020
jueves, 23 de julio de 2020
LA REBELION DE LA DANZA
miércoles, 15 de julio de 2020
EL CISNE NEGRO
martes, 23 de junio de 2020
OJO TUERTO RADIO- FOGATA DE SAN JUAN
viernes, 19 de junio de 2020
OJO TUERTO RADIO
miércoles, 17 de junio de 2020
“No queda más remedio que vivir, solo vivir”
METAMORFOSIS VIOLENTA DE LA LUCHA POLÍTICA
“La violencia es un método, es un entrar y
salir, pero en absoluto es un fin”
Javier
Mientras las pantallas de televisión se salpican de sangre, o las portadas de los diarios muestran sonrisas sardónicas y mientras las radios describen, con voces tormentosas, paisajes apocalípticos, niños, mujeres y ancianos mueren de hambre y frio tratando de encontrar un lugarcito en el mundo para vivir en paz, un lugarcito que aparentemente está cercado por las tropas financiadas por intereses privados, no decimos nada porque de esa “tierra prometida” los separa un gran abismo.
No cabe la menor duda que las luchas por el control del poder son irreconciliables y se definen sólo con la derrota de uno de los contendientes. Otro aspecto que debe llamarnos la atención es que la historia nos ha mostrado la dura realidad de las disputas sociales por el control del poder, que se traducen en el uso de la violencia y se concretizan en guerras civiles con trascendencias internacionales, son más punzantes cuando su eje fundamental se teje con argumentos “democráticos”.
Clausewitz parece tener la razón cuando
sostiene en su texto “Sobre la guerra” que
"la guerra es la prolongación de la
política por otros medios"[1],
puesto que la política a la que lamentablemente se le ha atribuido distintas
definiciones, parece representar una secuencia de pensamientos y acciones
intencionadas para imponer el pensamiento y estructura social de una clase
dominante.En ese sentido, y siguiendo a Carl Von Clausewits, está claro que “la guerra constituye, por tanto, un acto de
fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad.”[2]
Por entre sus intersticios, estos planteamientos exudan en determinados entornos y contornos, razonamientos sobre la realidad material: la guerra es la expresión más violenta de las relaciones de poder. Una lucha implacable de dominio geopolítico, ideológico y territorial (lucha de ideas por el dominio de riquezas) puesto que la guerra es un patrimonio singular de la humanidad que surge precisamente en aquel periodo en que aparece el excedente económico, lo que muestra que el fin último de las contiendas bélicas es el control de las riquezas económicas; y como la naturaleza es la fuente de toda riqueza acumulable en forma de mercancía, mercancía convertible en plusvalía y, por lo tanto, en capital. Entonces. Jacob Bronowski parece mostrarnos esta verdad y señala con claridad que “la guerra, la guerra organizada, no es un instinto humano. Es una forma de robo altamente planificada y coordinada”[3]
Y está claro que
entre las riquezas más disputadas en la era industrial y el comercio, como los
contextos para la adquisición de
riquezas y acumulación de capitales, son los recursos y fuentes de energía como
el petróleo. Entonces, advertimos que no es casual que las intervenciones
armadas más violentas y descarnadas de las potencias oligárquicas del mundo
sucedan precisamente en la región de los
países más ricos en yacimientos hidrocarburíferos y materias primas para sus
fábricas.
Y en esta
circunstancia de guerra como la estamos entendiendo, de enfrentamiento de dos fuerzas por el
control geopolítico, territorial e ideológico, y con la transversalización política,
encontramos una secuencia dialécticamente relacionada con Alain Elías quien define
la estrategia como “el choque de las
fuerzas de dos voluntades opuestas para resolver un conflicto […], pero éste no
queda resuelto ni con la quiebra moral ni con la parálisis del aparato militar
del enemigo […], esto queda resuelto solo una vez que el enemigo se ha
transformado políticamente y se realiza como un ser fraternal”[4].
Entonces podemos
concluir que los movimientos de una guerra se realizan de acuerdo a una
definición elaborada, de un enfrentamiento
concebido y proyectado para lograr la victoria, para alcanzar el objetivo
final. Las circunstancias y articulaciones, sus textos y pretextos se definen
tomando en cuenta los entornos políticos nacionales e internacionales, las
fuerzas humanas y militares, las razones y sinrazones ideológicas.
Pero las guerras
que nos abaten actualmente no son guerras convencionales, son guerras de la era
de las tecnologías y el poco esfuerzo humano, de ataques teledirigidos. Son
guerras que operan en las mentes, en rostros mediáticos y acciones encubiertas,
son guerras donde cae primero la verdad y se encumbran los miedos.
Cultura
del miedo
“Que venzamos el
miedo, que vivamos sin su permiso, sin sus normas y sin su hegemonía. Esa es la
cuestión.”
Salvador López Arnal
Las calacas
tienen un no sé qué, pero lo tienen. Eso qué te pone a temblar solo con verlas. Las cuencas
de sus ojos ausentes y su sonrisa desdentada, pero eterna parecen hacer burla
de las reacciones que provocan. Eso que produce una reacción nerviosa en el
cuerpo que se llama miedo.
El miedo es la reacción natural a lo
desconocido, pero ¿qué clase de miedo es tan brutal que puede movilizar o
inmovilizar a naciones enteras? No hay duda que es el miedo político.
A lo largo de la historia, la moral
combativa ha sido una cuestión militar de vital importancia para los más
destacados estrategas y líderes militares, por lo tanto la labor de elevarla en
los combatientes propios y reducirla en la de los enemigos es una tarea
ineludible en la estrategia de guerra.
En ese marco se ha desarrollado una amplia
teoría sobre la denominada guerra psicológica. Los militares han desarrollado
entre sus manuales de guerra las denominadas operaciones psicológicas desarrolladas
para sembrar el miedo entre grupos sociales y movimientos políticos contrarios
al modelo dominante de construcción económica y política. Aaron Delwiche
plantea que cuando un propagandista previene a los miembros de su audiencia que un
desastre sobrevendrá si no siguen un
particular curso de acción, está usando una técnica de terror[5], está sembrando el miedo y el miedo es la peor arma, contrae el alma e
inmoviliza el cuerpo.
Está claro, entonces, que el terrorismo es
un tipo especial de violencia, que no es lo mismo que un asesinato vulgar y
silvestre, que es un acto consciente y planificado de intimidación. Pero
tampoco es lo mismo una amenaza individual que una acción de intimidación
colectiva, o un asesinato por venganza que un crimen colectivo o sabotaje con
objetivos políticos.
En resumidas cuentas las operaciones
psicológicas desarrolladas por el Pentágono, como las emisiones de radio Martí
desde Miami hacia territorio cubano, enmarcan perfectamente en un tipo de
violencia destinado a sembrar terror para debilitar fuerzas enemigas.
El terrorismo ha sido utilizado como
argumento para desarrollar actividades bélicas, intromisión en los asuntos
internos de los Estados y países, hasta invasiones como los perpetrados por el
imperio yanqui en Panamá, en Irak, Libia, Afganistán o las constantes
operaciones militares del ejército israelí en los territorios de Palestina,
hasta llegar a presenciar las acciones de la oposición política en Venezuela o las
actividades históricamente entreguistas, antinacionales y abiertamente
traidoras de la derecha reaccionaria de nuestra
Bolivia.
Pero, a partir de los atentados del 11 de
septiembre en Estados Unidos, la campaña mediática impulsada por los Estados Unidos
y los Estados imperialistas de Europa han etiquetado a varias organizaciones
políticas y varios países en el mundo con el mote de “terroristas”, y han
impuesto la consigna de que todos los Estados deben desplegar acciones pertinentes para liberar
al mundo de los “malvados” y de que el terrorismo (particularmente el
terrorismo internacional respaldado por algunos estados) es una plaga incubada
y diseminada por los enemigos de la propia humanidad.
En
esa maraña propagandística, que llama a la acción generalmente violenta, el Pentágono
ha definido el terrorismo como “el uso
calculado de la violencia o la amenaza de emplearla para alcanzar fines de
naturaleza política, religiosa o ideológica […] mediante la intimidación, la
coerción o la inoculación del miedo.”[6]
Entendiendo esta definición, con todas sus
limitaciones e intencionalidades prejuiciosas, nos queda la duda razonable
sobre si las acciones violentas de las oposición venezolana, la campaña
propagandística de los medios que ha apuntalado la destitución “leguleya” del
gobierno de Dillma Roussef en Brasil y
las declaraciones agoreras de la derecha boliviana, parapetados en
medios de comunicación, tienen componentes terroristas o no; y si lo tienen
como debe ser la respuesta a estas.
Las formas de la guerra
han mutado.
las armas siembran fuego en distintos
espacios y está claro que a las balas y a las cañoneras preceden luchas
político ideológicas; ahora somos víctimas de lo que se llama Guerra de cuarta
generación. En esta guerra los objetivos ya no son los ejércitos en exclusiva, sino
que las víctimas son la población en general con la premisa de que si “destruyes las bases sociales, destruirás su
potencia de lucha y resistencia”.
La estrategia imperialista de dominación,
hasta la guerra de Vietnam y el surgimiento de procesos revolucionarios armados
centrados en la guerrilla como método de lucha, se centraba en la intervención
militar directa (hasta seria tediosos hacer una lista de lo países intervenidos
por Estados Unidos). Peo su derrota en Vietnam los orilló a replantear su línea
militarista: en esa ignominiosa experiencia comprobaron que la potencia d
fuego, por sí misma, no garantiza la victoria, “descubrieron” que existen
factores políticos e ideológicos y concluyeron que los sectores civiles son
también un campo de batalla.
Los uniformes militares dieron paso a otro
tipo de agentes de dominación, aparecieron sociólogos, antropólogos, hasta politólogos
que llevaron a laboratorios académicos las problemáticas generadas por las
subversiones sociales, principalmente en América latina. Su objetivo: encontrar
quien o que puede neutralizar a quien y profundizaron lo que ya dijimos se
conoce como guerra de cuarta generación.
La punta de lanza de las guerras de cuarta
generación son las operaciones psicológicas desarrolladas, en sus inicios, por
el Comité de Información Pública creada por el presidente Wilson de Estados
Unidos. “La misión principal de la guerra
psicológica es bajar la moral y disminuir la eficacia del soldado enemigo en el
campo de batalla”: así se definió la guerra psicológica desde las
instituciones ideológicas militares de Estados Unidos.
Es precisamente aquí (esto no debiera
sorprendernos) donde se despliega estratégicamente la acción propagandística de
los opuestos irreconciliables a través los medios de comunicación. Pero la
actividad de estos agentes publicitarios no podría, en modo alguno, ser eficaz
sin la organización y la definición de pasos concretos-tácticos.
Pero, como detener las balas con el pecho
es un acto de heroísmo traspapelado entre el ego e individualismo político, en
estas batallas políticas los primeros proyectiles son descargados por baterías
de medios de comunicación que cual armamento pesado son enfilados por los
actores de las guerras, a veces trágicos, a veces tenebrosos, pero siempre
desalmados.
En medio de ese fuego cruzado se encuentra
la población civil, que más temprano que tarde, deberá asumir posición puesto
que el mismo instinto de conservación que, en términos políticos se transfigura
en conciencia para sí, hace es que nos alberguemos de determinadas trincheras.
Para entonces la lucha se hace masiva.
Entonces, en cualquier periódico que
leamos, cualquier radio que sintonicemos o canal televisivo que veamos, distinguimos
con una claridad irrefutable lo que llamamos ideología de la tergiversación
que, por supuesto, no es nueva, sino que alcanzó su punto más alto con la
imposición del neoliberalismo y que generó una devastación ideológica en
grandes sectores de la sociedad y los pueblos a partir de la caída del muro de
Berlín y la desarticulación del bloque socialista.
Como buitres, entonces, se lanzaron en
picada para tomar por asalto los restos dejados, político los confabulados que
lucharon toda su vida para devastar los avances populares y declararon un mundo
unipolar, traspapelaron la iconografía simbólica de las luchas políticas:
organizaciones partidarias reaccionarias empezaron marchar con banderas rojas, macharon con
canciones revolucionarias y osaron hablar en nombre del pueblo. Este fue un
batacazo brutal que, sumado a la ideología de la tergiversación que llamaba
terroristas a los revolucionarios, calificaba de apátridas a los luchadores
sociales y perseguía a líderes de izquierda con el argumento de
desestabilizadores, germinaron un corriente de desorientación política y una
falta de identificación social e ideológica.
Así pues, convirtieron algunas técnicas de
a comunicación e verdaderos misiles políticos de desidentificación con el
entorno propio.
La redundancia publicitaria mutó en lo que
se conoce como alto tráfico, que a fuerza de reiteración y desdibujar las
verdades sociales logra desarticular y movilizar a grande sectores sociales
hacia posiciones de oposición a los procesos de liberación y reivindicaciones
laborales. Los ideólogos de la derecha ya no aparecen como dirigentes
partidarios, sino como analistas a partidarios para mostrar escenarios y eventos fatalistas.
Los masmedia muestran su verdadera cara de
instrumentos de dominación de sus propietarios, los mismos que responden a
intereses políticos y económicos de grupos que han visto en riesgo sus
prerrogativas.
No es raro, a estas alturas (así lo han
anunciado muchos teóricos comunicólogos), presenciar la emergencia de líderes
mediáticos que se hacen en los estudios de radio, en las salas de redacción de
los periódicos o en las islas de edición de la televisión y no en la lucha
cotidiana.
“No queda más remedio que vivir, solo vivir”
La práctica de las luchas sociales que ha
convertido los medios de comunicación
masiva en verdaderas baterías de artillería ideológica parapetada en trincheras
sociales, nos ha demostrado que en la democracia moderna, y la postmodernidad
como sistema ideológico, cultural y político, fabricar consenso es un elemento
esencial. Esto significa simple y llanamente manipular l opinión pública hasta
cierto punto tal que respondan a ciertos intereses, después de todo, para la
clase dominante, para los propietarios de los grandes medios de comunicación
las masas oprimidas solo son de interés en tanto y cuanto se convierten en
amenaza al sistema establecido. En ese preciso instante dejan su objetivo de
entretener y educar para manipular.
Sucede pues que comprender la ideología
que traen cargadas los medios en poder de la burguesía es solo un primer paso
que no tiene sentido alguno si no se convierte en un camino para liberar la
noticia, la información, por lo tanto el mensaje contenido en sus discursos
comunicativos. Esta liberación de la notica no pasa estricta y exclusivamente
por la nacionalización de los grandes medios de comunicación, sino haciendo del
pueblo y su gente actores y sujetos centrales del trabajo informativo.
El mensaje adquiere entonces un nuevo sentido,
refleja la práctica social del pueblo,
sus luchas y reivindicaciones. Y esto se forma en la escuela de las
organizaciones y movimientos sociales.
En definitiva los nuevos contenidos de los
medios populares será la praxis social, las luchas populares y, por lo tanto,
se convertir en un organizador.
La cancha está
rayada pues, sabemos de dónde viene el golpe.
No se trata de defender a ningún partido
(que bien podríamos hacerlo); se trata de ser bolivianos, se trata de que somos
trabajadores asalariados, generalmente mal pagados, se trata de que entre
nosotros viven lo que se conoce como proletarios que no tienen más que su
fuerza de trabajo para sobrevivir, se trata de que queremos vivir dignamente y
con libertad.
Se trata de recuperar nuestras tradiciones
culturales nacionales, se trata de re identificarnos con nosotros mismos y con
nuestra historia. En resumidas cuentas se trata de sabernos como sujetos
constructores de una sociedad, y puesto que la búsqueda de respuestas no se las
encarga a nadie y que, como lo manifestaron ya los fundadores del marxismo,
nuestra libertad será obra de nosotros mismos es preciso asumirnos como
luchadores sociales dignamente nacidos del pueblo. “Y no es que uno se ponga el parche antes de la herida, pero es que en
este país la lengua y la pluma son los regalones de la justicia y los cariños
censores que amasan el cuerpo después de tanta querella y leyes dictatoriales.
Así que por eso siempre es bueno dejar las cosas en claro, para que quienes se
quieran querellar y censuren el libro piensen bien la figura legal que
aplicarán para solventar sus acciones”[7].
Entonces solo nos queda vivir, que no es
otra cosa que luchar para alcanzar la inmortalidad, que no es otra cosa que
entrar en la historia.
[1] Clausewitz, Carl Von; Sobre la guerra, Libro I, Cap. I
[2] Idem
[3] Bronowsli, Jacob; El ascenso del hombre, Ed. Fondo Educativo
Interamericano, Bogotá, 1983, Pág. 88
[4] Elías, Alain; Apuntes para una estratega de poder popular, Ed.
Horizonte, 1980, Pág. 11
[5] Delwiche, Aaron. Propaganda.
http.//Carmen.artsci.washington.edu./propagandacontents.htm.
[6] US Armi
Operational Concept for Terrorism Counteraction. TRADOC
Pamphlet núm. 525 – 37. 1984
[7] ANDAMIOS DE A IRA, Ed. La Cópula, Chile, 2000, Pág. 5
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Ojo Tuerto Radio transmitimos por la red EL EDITORIAL DEL TELETIPO y Radio San Andrés, FM 97.6
En esta oportunidad realizamos un ensayo literario sobre el arte... Escúchenlo
martes, 21 de abril de 2020
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