(Retomemos la ira
para volverla esperanza)
Como la muerte anda en secreto
Y no se sabe que mañana
yo voy a hacer mi testamento.
A repartir lo que me falta,
pues lo que tuve ya está hecho,
ya está abrigado, ya está en casa.
Yo voy a hacer mi testamento,
Para cerrar cuentas cerradas.
(Silvio Rodríguez - Testamento)
El odio
es una canción mal hecha; ¿y el amor? El amor es otra cosa, el amor es un canto
desesperado a la vida, no importa el timbre de la voz, no importa la entonación
y, peor aún, no importa el volumen ni el ritmo, el amor amigo mío es un canto
desesperado a la vida; en cambio la canción hecha protesta, la canción que
acompaña las luchas del pueblo, es la más humana.
“Me han preguntadónico muchas persónicas
Si peligrósicas para las másicas
son las cancionicas agitadóricas”.
Esos
versos que son parten de la Mazuria Modernita, escrita por Violeta Parra entre
1964 y 1965, muestran las contradicciones de una sociedad que se dice moderna,
pero que arrastra consigo las taras, las trabas y prejuicios de un modelo
capitalista de acumulación y distribución de bienes de consumo.
Una cosa
es cierta, como existen diversas concepciones filosóficas de la realidad,
también existen mentises y criterios estéticos para determinar la calidad y
belleza de la música.
Otra cosa
cierta es que todos los pueblos que toman conciencia de su propia historia,
todos esos países que consecuentes con su gente, en alguna etapa de su constitución
como nación, de su reconocimiento como pueblo protagonista en primera persona
de su historia(al cual a veces denominamos periodo revolucionario con el
objetivo de darle relevancia histórica), han concurrido a los habitáculos del
arte y a la iluminación de las musas para narrar sus procesos de lucha.
Con la
lírica, desde los cantos épicos, hasta la construcción de versos menos
elaborados, no por eso menos artísticos y bellos, los poetas, cantores y
músicos han evidenciado la férrea unidad del ser humano a la política en el
empeño de consolidar una formación identitaria, o sea de identificarse con un
medio cultural, con un colectivo humano y un espacio territorial, y con ello traer
la idea de nación.
La cagada
es que existe otra canción, otros cantantes que exprofesamente buscan adormecer
la conciencia de sus oyentes, que pretenden sacarlos de la realidad, hacerles
olvidar su propia vida de dolores y alegrías para meterlos en el mundo vacío de
la moda y la diversión sin sentido
Y, aunque
la tendencia general parece convertir a la música en mercancía para generar
beneficios económicos, los artistas, los verdaderos artistas, que han decido
cantar comprometiéndose con su realidad han construido una vertiente de arte
revoltoso, revulsivo, ideológico. Horacio Guaraní expresa esta certidumbre y
nos recuerda que:
“Cuando el pueblo se calle
Nosotros los cantores
Con la guitarra en alto
Saldremos por las calles.
Con un fusil de cantos
Haremos las tribunas
Para que el pueblo grite
Para que el pueblo cante.
Nosotros los cantores
Venimos desde abajo
Con la vergüenza a cuesta
En la voz y en la sangre”.
Aunque algunos estudiosos dicen que la
música de protesta tiene sus orígenes en la década de los setenta, los cierto
es que desde que hay gente empobrecida luchando por sus propias
reivindicaciones y derechos han existido poetas que han acompañado a su pueblo.
Sea como
fuere que le llamen, esa música de protesta, esa canción social ha roto todos
los esquemas predeterminados sobre la estética. Ha rebasado ese cliché de
música culta que desprecia a lo popular. Ha avanzado por casi todos los géneros
y estilos musicales.
Significa,
entonces, que lo culto o inculto o popular en la música son clasificaciones
superficiales puesto que, como dice Isabel Parra, “Para cantar de improviso se
precisa buen talento, memoria y entendimiento”
Esta
música social o de protesta, desde que ha aparecido no desapareció, aunque hubo
quien declarara que han muerto bajo los escombros del muro de Berlin; estos
artistas se han adaptado, se han diversificado: de la canción popular de Oscar
Alfaro y Nilo Soruco, por ejemplo, pasando por la influyente presencia de la
trova Cubana, los jóvenes han abrazado la protesta, lo social y combativo desde
el punk rock, el heavy rock, hasta llegar al hip hop.
Desde
luego lo folklórico y hasta autóctono no se han dejado estar y han reivindicado
la cultura de los pueblos; como muestra recodamos al grupo Ñandamañachi de
Ecuador que con toda lucidez nos muestra el despojo cultural y la
instrumentalización antropológica de las culturas originarias de nuestra
América en su tema la Marcha; Sangre Minera, de Bolivia, quienes en su magnífica
obra también titulada Sangre minera nos cuenta la trágica existencia de los
mineros.
Así pues,
hemos aprendido que la lucha no es lucha sin una buena dosis de alegría. Aunque
nos inviten a olvidar las penas y disfrutar de las fiestas y como este no es un
estudio sesudo recuerdo una canción antigua se Silvio Rodríguez.
“Te doy una canción y hago un discurso
Sobre mi derecho a hablar.
De doy una canción con mis dos manos,
Con las mismas de matar.
Te doy una canción y digo patria,
Y sigo hablando para ti.
Te doy una canción como un disparo,
Como un libro una palabra, una guerrilla,
Como doy el amor.
Con todo y eso, bebiendo los “vinanchos”
junto a Horacio Guaraní quien nos hiciera escuchar la verdad gritada a voces de
que si se calla el canto calla la vida, tarareándole a la vida seguiremos el
ritmo de la vida y la rebeldía.
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