EL ULTIMO DESEO

Si alguno de los presentes hubiera prestado más atención, hubiera escuchado el murmullo del último trago que resbalaba por la garganta de Vincent, sin sentido, desabrido, sin más razón que la fuerza de gravedad que lo arrastraba hacia el estómago. Ingirió aquella bebida casi por obligación, pues si no lo deglutía podría provocar una zozobra indigna para aquellos bohemios. Lo bebió con la bravura del asustado que camina por la oscuridad del sendero desconocido, y poniendo una cara absorta de sobresalto. Si alguien hubiera prestado más atención se hubiera dado cuenta que el procesador de la computadora que animaba el festejo sinrazón estaba reproduciendo justo aquella canción  que no gustaba a Vincent porque decía que el hombre es el pariente más cercano del lobo que habita las estepas. Si alguien hubiera prestado más atención… si alguien hubiera prestado más atención…. Pero no, estaban ocupados en cruzar las miradas que como espadas desenvainadas y furiosas cortaban el aire buscando horadar el pecho para penetrar en el corazón del contendiente. Si alguien quisiera describir aquellos ojos, aquellas miradas cometería una locura, pues tratar de comprender la vida en un segundo es cosa de locos: aquellas miradas mezclaban lágrimas, risas; aquellas miradas estaban demasiado presentes como para no sentirlas en la piel, aquellas miradas mostraban dolor, ausencia, alegrías, llantos, quizás por eso se encontraban como sables soltando chispas al encontrarse.


Quien sea que busque describir aquella escena, con la soberbia de un poeta prefabricado, diría que esa escena era realmente dantesca y que el vacío de un silencio sepulcral llenaba aquel ambiente, pero se olvidaría del humo de cigarrillos baratos que hacían borrosos los rostros de aquellos irredentos compañeros de camino, olvidaría el jadeante respirar de Vincent que aparecía sentado y de perfil, sin mirar a sus amigos, con la espalda encorvada, con el pelo largo cubriendo su rostro y que arrastrara una estela de humo al enderezar su cuerpo para proferir aquellas palabras ensordecedoras, no por lo fuertes sino por lo profundamente dolorosas y verdaderas. Aquel escritor principiante describiría con detalle el cómo que Vincent se llevó a la boca el vaso de ron con café que habían preparado, y que le gustaba más que el famoso “cuba libre”, pero olvidaría mencionar que ese vaso fue víctima de las manos de  aquel bohemio pues no dejó de dar la vuelta con sus dedos alrededor de la boca del cristal que parecía sucio por el efecto de ron y del café. Ese baso, que desde el inicio de aquella sesión, más rara que loca, había calentado el brebaje que llegó por fin a sus labios y lo sorbió de un solo trago sin poder evitar una mueca de disgusto pues no le gustaba el sabor de las bebidas espirituosas: “el alcohol, hijo mío, es uno de los líquidos con sabor más infame, por eso se la bebe para olvidar dolores, aunque en realidad los libera”, le dijo alguna vez a su cimiente.

Sus amigos sabían que Vincent podía patear el tablero en cualquier momento, que podía desubicarlos con una facilidad única, por eso esperaron al final para escucharlo, para que no le quite el argumento a nadie. Nuestro escritor podría decir que los compañeros de parranda lo miraban fijamente esperando su discurso, lo que miraban con una mirada de victoria pretendiendo haber dicho todo lo que se dice en ese tipo de sesiones, en ese tipo de momentos, describía también como hizo girar su silla provocando un chirrido que lastimaba los oídos puesto que la desdichada silla no era giratoria; describiría con melancolía como antes de soltar palabra Vincent aspiró una bocanada de aire cargado de humo y que carraspeó la garganta para aclarar la voz, pero, como no, olvidaría ver que los ojos contenían lagrimas que por disciplina eran contenidas detrás de los párpados desde los quince años de edad, olvidaría decir que respiro más bien por la nariz aspirando aire para despejar las fosas nasales que estaban bloqueadas por las lágrimas que pretendían escapar por esos conductos.

La noche se vestía de frío dibujando un hermoso pedestal para una luna llena que se bastaba sola para iluminar la vida de noctámbulos, entre ellos la jauría de amigos que como un bar del diablo se reunieron en la habitación de  Ángel para celebrar su amistad. La luna llena tenía un raro efecto en Vincent, esa luna tenía la virtud de abrazarlo de modo que no le hacía falta nadie más para aguantar los rigores de la vida,  solía sentarse en la plaza con un cigarrillo en la mano a pensar en nada, parecía un lobo aullando sus penas a la luna. Salía de su casa con toda una ceremonia con una mirada que nadie podría aguantar si tratara de comprender, esa ceremonia que empezaba con vestirse de negro puro y brillante, escuchar música de protesta social y rebeldía. Esa ceremonia que se convirtió en costumbre desde aquella noche en que azotado por su padre dejó de llorar; contaba con quince inviernos cuando prometió no llorar más por nada ni por nadie. A tal punto llego en el cumplimiento de aquella promesa que muchas personas llegaron a asegurar que si existía un corazón de piedra, ese corazón estaba en el pecho de Vincent.  Así vivió hasta aquella noche, se sentía débil, cobarde cuando aguantaba el llanto, pero también seguro, impenetrable de modo tal que infundía miedo, a veces respeto.

Entre trago y trago habían resuelto jugar a “el último deseo”. Jugarían a que están viviendo los últimos minutos de su existencia y cada cual diría su último deseo. Como si fueran conducidos ante un pelotón de fusilamientos, cada cual expresaría su último deseo.

-          Yo deseo que mis hijos sean felices y que alcancen los éxitos que yo no pude, manifestó el primero

-          Que la que quise y se negó a anidarme en sus brazos encuentre el calor del amor, suspiró el segundo.

-          Que mis enemigos sigan mis pasos en este camino a la oscuridad, refunfuño con ira el tercero.

-          Que mis restos sean velados fuera de mi casa y luego de ser quemados se arrojen al rio donde recuperé mi vida por dos veces.

-          Que mi suegra no venga a mi entierro, no quiero ver su sonrisa, bromeo el último.

Entonces ocurrió lo que nadie pensó, Vincent bebió de un golpe el vaso lleno y cuando todos esperaban que vomite su último deseo el silencio copó el ambiente. Aquellos segundos de mudez parecían eternos hasta que enderezó la joroba para  carraspear y aclarar la voz con la intensión de que quede claro su último deseo.

-          Deseo que todos mis amigos, y todos mis seres queridos, mi madre, mis hijos y la mujer que amé sin lograr eco se olviden de mí, no tengo derecho a amargarles la vida con mi recuerdo.

 


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