La oscuridad corroe la tarde para convertirse en noche, y la noche es tan viva como el fuego de los infiernos cuando se excita con los desenfrenos humanos y los sueños más locuaces.
¿Y que son de tus
sueños?
Parecía Cristo
crucificado. Los evangelios son cuestión de fe y no describen lo
humano de la espalda de Cristo en la cruz.
Esa espalda huesuda
parecía haber soportado una inmensa carga,
era más humana que divina y su fealdad más terrenal de lo que cualquier
cristiano podría sospechar, estaba coronada por un revoltijo de cabellos sucios
que se hicieron bolas, lo que le concedía un aspecto doloridamente lacrimoso,
pues se asemejaban más a enormes gotas de sangre sucia que a cabellos. Peor aún
si se toma en cuenta que los cabellos del hijo de Dios eran largos y estaban,
por muchos días, sin atención higiénica.
“Pero los sueños son como el horizonte al
amanecer: cuando los alcanzas aparecen siempre otros más grandes y más
brillantes”, cuenta Calixto Plata, de rostro enjuto y el cuerpo frágil. Con sus 50
años cumplidos, describe sus aventuras, a veces con picardía, pero siempre
reflexivo.
Munaypata era una zona en sí misma
riesgosa. Caminarla por las noches era complejo, pero aparecía Calixto con su
chamarra blanca y su cotidiana camisa roja, con el cuello de puntas largas
sobresaliendo al de la chamarra, tratando de evitar que las botas anchas del
pantalón se le manchen con el polvo de la tierra que acompañaban los rieles
fuera de un tren fuera de servicio. “Los rieles ya no están”, comenta, “y como
de lindas han quedado esas calles adoquinadas e iluminadas” afirma con una
especie de añoranza
Caminaba orgulloso de sus 18 años, al
ritmo de la música disco. “Dicen que fue una época pérdida, pero yo no lo veía así”
refunfuña.
Era 1985, eran tiempos de ahorrar durante
la semana para ir los fines de semana a las discotecas, era 1985 y si no te
pegabas a la música disco eras considerado marginal, por lo menos en los
círculos donde vivía Calixto
Sentando en una silla bien
renga, reflexionó: “pensándolo bien, ahora a mis 50 inviernos, pienso que la
mejor etapa de mi vida no fue mi juventud, sino mi madurez adulta. Parece que
la sentencia de la Biblia me cayó, o ¿no?”
Caminaba por ese riel con
una andar rítmico recordando que ha Ana, uno de esos amores que se llenan de la
vida, no le gustaba esos caminos. Esos lugares fueron los primeros lugares que
recorrió en la turbulenta adicción.
Debajo de una de las
escasas luminarias encontraba a su proveedor; se saludaban de mano y chocando
hombros:
-
Una o dos, preguntaba el proveedor
-
Solo una, hoy solo una, respondía
Con un movimiento de
manos que casi no se nota realizaban el intercambio. Dos bolivianos por una
cajita de fósforo rellena de marihuana y sin más ceremonia metía las manos al
bolsillo para desandar el camino. Se escurría a la Ceja caminado por la Avenida
Naciones Unidas, aspirando una pipa hecha de papel estañado.
“Puta hermano, esa
experiencia era genial”, recuerda Calixto, “más aun cuando tenías un dolor que
aguantar”, aunque su primera experiencia con la hierba fue solo una travesura
de amigos, esa travesura lo arrastraría hacia caminos desconocidos: nuevos
amigos, otro tipo de fiestas con música disco, otras reuniones en las esquinas
oscuras de la calle y mucho miedo para la gente que los veía. También le trajo
rupturas y una de esas rupturas se convirtió en excusa para experimentar nuevas
experiencias: pasta base, aprendió a consumir pasta base, para entonces era lo
que podía conseguir.
Ana, el amor que trato de enderezarlo, era una de esas lucecitas pequeñas que no
alumbran, pero que te muestran el camino. La conoció una de esas tardes
aburridas en las que piensas que todo falta y de pronto aparece algo que rompe
las rutinas.
Se la presentaron en un
partido de futbol de salón, en las canchas de la Costanera de Ciudad Satélite.
No hablaron casi nada, pues Ana se enteró que la apuesta era una bolsa de
hierba para el ganador. Al culminar el
partido se dieron cuenta que ambos intercambiaban miradas, con toda naturaleza
salieron juntos y caminaron horas sin decirse nada, pero se sonreían. “Fue loco
ese encuentro”, recuerda, sin olvidar una sonrisa jovial y picaresca, “y cuando
la deje en su casa en Villa Dolores la besé con esos besos y caricias infames
que, con un poco de amor, se hacen románticas”.
¿Y los dolores?
Aquella espalda, sin
herida en el costado, cuadriculada por los latigazos y encorvada por su imposibilidad de sostener el
peso de la cabeza, no parecía dar señal alguna
de su origen divino.
Los nudillos de su
espinazo parecían no tener frontera con el aire y dibujaban conmovedoramente
las delgadas costillas que con dificultad protegían sus órganos vitales, que ya parecían estar
programados para que justo ese día y a esa hora dejaran de funcionar.
Calixto ni se dio cuenta en qué momento extendió los brazos, de modo que parecía el personaje principal de una crucifixión: la víctima.
Señor, por qué me has
abandonado.
“Los amores no son
completos, nunca lo son, si no traen consigo algunos desamores” así sentenció
Calixto abrazado de su hijo mayor, al que puso por nombre Elián.
- ¡Qué de la puta! ¿Me preguntas si sufrí? Claro que sufrí. De los cinco amores que tuve tres perdí y apenas dos recuperé.
Ya corrían 39 de los 50
cuando cargando un tufo a alcohol, con el cabello sucio pero peinado, entró al
templo donde se velaba el cuerpo de la madre.
Los asistentes lo miraron
con estupor. Calixto no dijo nada. Se reclinó sobre el féretro y sin ruido
alguno lloró... largamente, llenándose la boca como alimento vital con la
palabra mamá, luego se retiró para luego seguir de lejos la procesión hacia el
cementerio.
La madre era la mujer
hermosa que la recibía siempre con una sonrisa y una taza de sultana cuando la
visitaba, y dejaba escapar suspiro
cuando lo veía partir. Por eso, y no es poco, la soledad le ofrecía su mejor
compañía: la calle, sus compinches, el alcohol y la pasta base de cocaína.
Si Ana fue el primer amor
que perdió, la madre fue el amor más grande que perdió. Calixto tubo otro amor,
nunca se supo que ni quien, pero la perdió dejándole otro vacío y, como
queriendo satisfacer una curiosidad asesina, levanta la cabeza para contar que
el tercera y el cuarto amor son un dolor
que si le gusta vivir. “Son el amor y los desamores juntos, la paz y la guerra
juntos”. Afirma levantando la cabeza con orgullo
Después de Ana, 8 años
después, hizo vida con Zenda con la cual engendró a Elián.
Los amores de telenovela
no existen, solía decir Calixto. Quizás por eso su enamoramiento fue tedioso
pero más largo porque llegaron al matrimonio. Era tedioso debido, a que por
entonces, la marihuana y otros alucinógenos ya le aceleraban la vida.
Los relatos extremosos
contarían desventuras y divorcios, pero Calixto no vivió así su tragedia. Un
día despertó y no encontró a Elián, y cuando preguntó por él le dijeron: hace
dos meses asiste a la escuela.
Quince años después,
Zenda le trajo un traje nuevo y con tono de reproche le dijo:
-
Póntelo, es el cumpleaños de Elián.
Zenda nuca lo abandonó,
tal vez ese fue su peor dolor, tenerlos en casa pero ausentes. Calixto salía de
madrugada y llegaba de madrugada, trabajaba por el día y deambulaba por la
noche en busca de compañía para compartir cosas para pipas de hierba para fumar,
pastillas tragar o cocaína aspirar.
Y ¿Qué queda?
Aunque el sol ya había
coronado el cielo citadino, Calixto se
sentía en otro mundo. En aquel recinto eclesial, el viento corría como esclavo
recién liberado, se escurría por las rendijas más escondidas, se levantaba por
la bóvedas y cúpulas del techo y colmaba las naves atestadas de sillones
rústicos y, cómo no, se convertía en saeta para penetrar en los zapatos y
mortificar los pies de los caminantes que a esas horas asistían a misa.
“Ojalá hubiera que…,”, pensó, en respuesta a
la proclama de “Tomad y bebed todos de él”, que increpaba el sacerdote.
Calixto levantó la mirada
con aparente desprecio y sin levantar la cabeza, cuando el sacerdote proclamo
“tomad y comed todos de él”, luego reacomodó su cabeza sobre la banqueta del
oratorio dedicado a San Francisco. Se limpió la humedad del rostro, tragó el
exceso de saliva que rebalsaba de su boca, al mismo tiempo que dejó escapar un
suspiro, no de pena ni de melancolía, sino de cansancio y sueño.
Cuando los feligreses que
seguían extasiados, los ritos litúrgicos buscaron al autor de semejante
sacrilegio, roncar en media misa, Calixto ya tenía los brazos abiertos y
colgados. Aquella era una escena repugnante que nadie quisiera presenciar, pero
que no podrían olvidar: parecía Cristo Crucificado
Finalizada la misa, el
monaguillo pasó revista a la urna de las
limosnas y el recipiente del agua bendita con que los devotos se persignan
antes de solicitar la indulgencia de sus pecados.
Ese día, cuando sus pies
cargaban un cuerpo de 45 años, se puso el traje, y vio cómo creció su familia,
le volvió a doler, volvió a llorar largamente, abrazó a su hijo, sin regalo,
quiso besar a su esposa pero sintió que no era posible porque había olvidado el
sabor de sus labios.
Al culminar la fiesta de
cumpleaños salió. Exactamente a la nueve y media de la noche a peregrinar como
todas las noches, pero esa noche lo vivió con las más tormentosas lágrimas.
Todo es falso, ¡falsooooo!, gritaba con desespero. Bebió, “como Dios manda”
solía decir: hasta hacer el ridículo. Así, empezó su carrera desenfrenada desde
la Ceja por Munaypata hacia el centro de la ciudad, nunca supo que le paso pero
llego sucio y con la ropa llena de barro y sin saber que hacer se apareció una
iglesia católica.
Calixto
no fue allá ni por fe, ni en busca de
refugio, simplemente fue a enfrentar su última batalla
“La
verdad es que yo no podría describir, ni siquiera explicar, lo que s es, o como
se siente el vacío, pero lo que puedo decir es que el vacío no duele, ni siquiera
alegra, lo que sí puedo asegurar que el vacío está siempre presto la llenar la
ausencia de algo o alguien. El vació llega sin necesidad de llamarlo. El vacío
es una anomalía del ser humano, el vacío no hiere… mata, generalmente con
lentitud. El vacío es la soledad que abraza con fuerza, con demasiada fuerza
como para que el cuerpo y el espíritu humano aguanten, por lo mismo el vacío no
lo llena ni la hierba ni el polvo blanco, así empecé a dejar lo que me hacía
daño y me robaba la vida”, terminó Calixto
Calixto
soltó su último suspiro, sentía sus huesos como si no fueran los suyos, los
sentía como cuchillos oxidados
penetrando en sus carnes… le dolían con un virus indecible mordisqueando su
salud.
“Me
reconozco en estos dolores”, se dijo
Han pasado cinco años de
esa madrugada de iglesia, han pasado tres años de hacer fuerza para ir a
buscarlo y conversar de ello, porque cuando lo vi parecía Cristo Crucificado
purgando sus penas. Ya no ha vuelto a consumir estupefacientes aunque lo dejo
en una forma casi tan natural como empezó, y eso no significa que tuvo que
realizar gran esfuerzo.
Algo en que entramos de
acuerdo, él y yo, es que uno camina sin saber lo que encontrará, y a veces
encuentra una cosa distinta a lo que buscaba.
Me gusto muy lindo.
ResponderEliminar