miércoles, 17 de junio de 2020

“No queda más remedio que vivir, solo vivir”



METAMORFOSIS VIOLENTA DE LA LUCHA POLÍTICA

“La violencia es un método, es un entrar y salir, pero en absoluto es un fin”

Javier

Mientras las pantallas de televisión se salpican de sangre, o las portadas de los diarios muestran sonrisas sardónicas y mientras las radios describen, con voces tormentosas, paisajes apocalípticos, niños, mujeres y ancianos mueren de hambre y frio tratando de encontrar un lugarcito en el mundo para vivir en paz, un lugarcito que aparentemente está cercado por las tropas financiadas por intereses privados, no decimos nada porque de esa “tierra prometida” los separa un gran abismo.

No cabe la menor duda que las luchas por el control del poder son irreconciliables y se definen sólo con la derrota de uno de los contendientes. Otro aspecto que debe llamarnos la atención es que la historia nos ha mostrado la dura realidad de las disputas sociales por el control del poder, que se traducen en el uso de la violencia y se concretizan en guerras civiles con trascendencias internacionales, son más punzantes  cuando su eje fundamental se teje con argumentos “democráticos”.

Clausewitz  parece tener la razón cuando sostiene en su texto “Sobre la guerra” que "la guerra es la prolongación de la política por otros medios"[1], puesto que la política a la que lamentablemente se le ha atribuido distintas definiciones, parece representar una secuencia de pensamientos y acciones intencionadas para imponer el pensamiento y estructura social de una clase dominante.En ese sentido, y siguiendo a Carl Von Clausewits, está claro que “la guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad.”[2]

Por entre sus intersticios, estos planteamientos exudan en determinados entornos y contornos, razonamientos sobre la realidad material: la guerra es la expresión más violenta de las relaciones de poder. Una lucha implacable de dominio geopolítico, ideológico y territorial (lucha de ideas por el dominio de riquezas) puesto que la guerra es un patrimonio singular de la humanidad que surge precisamente en aquel periodo en que aparece el excedente económico, lo que muestra que el fin último de las contiendas bélicas es el control de las riquezas económicas; y como la naturaleza es la fuente de toda riqueza acumulable en forma de mercancía, mercancía convertible en plusvalía y, por lo tanto, en capital. Entonces. Jacob Bronowski parece mostrarnos esta verdad y señala con claridad que “la guerra, la guerra organizada, no es un instinto humano. Es una forma de robo altamente planificada y coordinada”[3]

Y está claro que entre las riquezas más disputadas en la era industrial y el comercio, como los contextos  para la adquisición de riquezas y acumulación de capitales, son los recursos y fuentes de energía como el petróleo. Entonces, advertimos que no es casual que las intervenciones armadas más violentas y descarnadas de las potencias oligárquicas del mundo sucedan precisamente  en la región de los países más ricos en yacimientos hidrocarburíferos y materias primas para sus fábricas.

Y en esta circunstancia de guerra como la estamos entendiendo,  de enfrentamiento de dos fuerzas por el control geopolítico, territorial e ideológico, y con la transversalización política, encontramos una secuencia dialécticamente relacionada con Alain Elías quien define la estrategia como “el choque de las fuerzas de dos voluntades opuestas para resolver un conflicto […], pero éste no queda resuelto ni con la quiebra moral ni con la parálisis del aparato militar del enemigo […], esto queda resuelto solo una vez que el enemigo se ha transformado políticamente y se realiza como un ser fraternal”[4].

Entonces podemos concluir que los movimientos de una guerra se realizan de acuerdo a una definición  elaborada, de un enfrentamiento concebido y proyectado para lograr la victoria, para alcanzar el objetivo final. Las circunstancias y articulaciones, sus textos y pretextos se definen tomando en cuenta los entornos políticos nacionales e internacionales, las fuerzas humanas y militares, las razones y sinrazones ideológicas.

Pero las guerras que nos abaten actualmente no son guerras convencionales, son guerras de la era de las tecnologías y el poco esfuerzo humano, de ataques teledirigidos. Son guerras que operan en las mentes, en rostros mediáticos y acciones encubiertas, son guerras donde cae primero la verdad y se encumbran los miedos.

Cultura del miedo

“Que venzamos el miedo, que vivamos sin su permiso, sin sus normas y sin su hegemonía. Esa es la cuestión.”

 

Salvador López Arnal

Las calacas tienen un no sé qué, pero lo tienen. Eso qué  te pone a temblar solo con verlas. Las cuencas de sus ojos ausentes y su sonrisa desdentada, pero eterna parecen hacer burla de las reacciones que provocan. Eso que produce una reacción nerviosa en el cuerpo que se llama miedo.

El miedo es la reacción natural a lo desconocido, pero ¿qué clase de miedo es tan brutal que puede movilizar o inmovilizar a naciones enteras? No hay duda que es el miedo político.

A lo largo de la historia, la moral combativa ha sido una cuestión militar de vital importancia para los más destacados estrategas y líderes militares, por lo tanto la labor de elevarla en los combatientes propios y reducirla en la de los enemigos es una tarea ineludible en la estrategia de guerra.

En ese marco se ha desarrollado una amplia teoría sobre la denominada guerra psicológica. Los militares han desarrollado entre sus manuales de guerra las denominadas operaciones psicológicas desarrolladas para sembrar el miedo entre grupos sociales y movimientos políticos contrarios al modelo dominante de construcción económica y política. Aaron Delwiche plantea que  cuando un propagandista previene a los miembros de su audiencia que un desastre sobrevendrá si no siguen  un particular curso de acción, está usando una técnica de terror[5], está sembrando el miedo y el miedo es la peor arma, contrae el alma e inmoviliza el cuerpo.

Está claro, entonces, que el terrorismo es un tipo especial de violencia, que no es lo mismo que un asesinato vulgar y silvestre, que es un acto consciente y planificado de intimidación. Pero tampoco es lo mismo una amenaza individual que una acción de intimidación colectiva, o un asesinato por venganza que un crimen colectivo o sabotaje con objetivos políticos.

En resumidas cuentas las operaciones psicológicas desarrolladas por el Pentágono, como las emisiones de radio Martí desde Miami hacia territorio cubano, enmarcan perfectamente en un tipo de violencia destinado a sembrar terror para debilitar fuerzas enemigas.

El terrorismo ha sido utilizado como argumento para desarrollar actividades bélicas, intromisión en los asuntos internos de los Estados y países, hasta invasiones como los perpetrados por el imperio yanqui en Panamá, en Irak, Libia, Afganistán o las constantes operaciones militares del ejército israelí en los territorios de Palestina, hasta llegar a presenciar las acciones de la oposición política en Venezuela o las actividades históricamente entreguistas, antinacionales y abiertamente traidoras  de la derecha reaccionaria de nuestra Bolivia.

Pero, a partir de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, la campaña mediática impulsada por los Estados Unidos y los Estados imperialistas de Europa han etiquetado a varias organizaciones políticas y varios países en el mundo con el mote de “terroristas”, y han impuesto la consigna de que todos los Estados deben  desplegar acciones pertinentes para liberar al mundo de los “malvados” y de que el terrorismo (particularmente el terrorismo internacional respaldado por algunos estados) es una plaga incubada y diseminada por los enemigos de la propia humanidad.

 En esa maraña propagandística, que llama a la acción generalmente violenta, el Pentágono ha definido el terrorismo como “el uso calculado de la violencia o la amenaza de emplearla para alcanzar fines de naturaleza política, religiosa o ideológica […] mediante la intimidación, la coerción o la inoculación del miedo.”[6]

Entendiendo esta definición, con todas sus limitaciones e intencionalidades prejuiciosas, nos queda la duda razonable sobre si las acciones violentas de las oposición venezolana, la campaña propagandística de los medios que ha apuntalado la destitución “leguleya” del gobierno de Dillma Roussef en Brasil y  las declaraciones agoreras de la derecha boliviana, parapetados en medios de comunicación, tienen componentes terroristas o no; y si lo tienen como debe ser la respuesta a estas.

Las formas de la guerra han mutado.

las armas siembran fuego en distintos espacios y está claro que a las balas y a las cañoneras preceden luchas político ideológicas; ahora somos víctimas de lo que se llama Guerra de cuarta generación. En esta guerra los objetivos ya no son los ejércitos en exclusiva, sino que las víctimas son la población en general con la premisa de que si  “destruyes las bases sociales, destruirás su potencia de lucha y resistencia”.

La estrategia imperialista de dominación, hasta la guerra de Vietnam y el surgimiento de procesos revolucionarios armados centrados en la guerrilla como método de lucha, se centraba en la intervención militar directa (hasta seria tediosos hacer una lista de lo países intervenidos por Estados Unidos). Peo su derrota en Vietnam los orilló a replantear su línea militarista: en esa ignominiosa experiencia comprobaron que la potencia d fuego, por sí misma, no garantiza la victoria, “descubrieron” que existen factores políticos e ideológicos y concluyeron que los sectores civiles son también un  campo de batalla.

Los uniformes militares dieron paso a otro tipo de agentes de dominación, aparecieron sociólogos, antropólogos, hasta politólogos que llevaron a laboratorios académicos las problemáticas generadas por las subversiones sociales, principalmente en América latina. Su objetivo: encontrar quien o que puede neutralizar a quien y profundizaron lo que ya dijimos se conoce como guerra de cuarta generación.

La punta de lanza de las guerras de cuarta generación son las operaciones psicológicas desarrolladas, en sus inicios, por el Comité de Información Pública creada por el presidente Wilson de Estados Unidos. “La misión principal de la guerra psicológica es bajar la moral y disminuir la eficacia del soldado enemigo en el campo de batalla”: así se definió la guerra psicológica desde las instituciones ideológicas militares de Estados Unidos.

Es precisamente aquí (esto no debiera sorprendernos) donde se despliega estratégicamente la acción propagandística de los opuestos irreconciliables a través los medios de comunicación. Pero la actividad de estos agentes publicitarios no podría, en modo alguno, ser eficaz sin la organización y la definición de pasos concretos-tácticos.

Pero, como detener las balas con el pecho es un acto de heroísmo traspapelado entre el ego e individualismo político, en estas batallas políticas los primeros proyectiles son descargados por baterías de medios de comunicación que cual armamento pesado son enfilados por los actores de las guerras, a veces trágicos, a veces tenebrosos, pero siempre desalmados.   

En medio de ese fuego cruzado se encuentra la población civil, que más temprano que tarde, deberá asumir posición puesto que el mismo instinto de conservación que, en términos políticos se transfigura en conciencia para sí, hace es que nos alberguemos de determinadas trincheras. Para entonces la lucha se hace masiva.

Entonces, en cualquier periódico que leamos, cualquier radio que sintonicemos o canal televisivo que veamos, distinguimos con una claridad irrefutable lo que llamamos ideología de la tergiversación que, por supuesto, no es nueva, sino que alcanzó su punto más alto con la imposición del neoliberalismo y que generó una devastación ideológica en grandes sectores de la sociedad y los pueblos a partir de la caída del muro de Berlín y la desarticulación del bloque socialista.

Como buitres, entonces, se lanzaron en picada para tomar por asalto los restos dejados, político los confabulados que lucharon toda su vida para devastar los avances populares y declararon un mundo unipolar, traspapelaron la iconografía simbólica de las luchas políticas: organizaciones partidarias reaccionarias empezaron  marchar con banderas rojas, macharon con canciones revolucionarias y osaron hablar en nombre del pueblo. Este fue un batacazo brutal que, sumado a la ideología de la tergiversación que llamaba terroristas a los revolucionarios, calificaba de apátridas a los luchadores sociales y perseguía a líderes de izquierda con el argumento de desestabilizadores, germinaron un corriente de desorientación política y una falta de identificación social e ideológica.

Así pues, convirtieron algunas técnicas de a comunicación e verdaderos misiles políticos de desidentificación con el entorno propio.

La redundancia publicitaria mutó en lo que se conoce como alto tráfico, que a fuerza de reiteración y desdibujar las verdades sociales logra desarticular y movilizar a grande sectores sociales hacia posiciones de oposición a los procesos de liberación y reivindicaciones laborales. Los ideólogos de la derecha ya no aparecen como dirigentes partidarios, sino como analistas a partidarios para mostrar escenarios  y eventos fatalistas.

Los masmedia muestran su verdadera cara de instrumentos de dominación de sus propietarios, los mismos que responden a intereses políticos y económicos de grupos que han visto en riesgo sus prerrogativas.

No es raro, a estas alturas (así lo han anunciado muchos teóricos comunicólogos), presenciar la emergencia de líderes mediáticos que se hacen en los estudios de radio, en las salas de redacción de los periódicos o en las islas de edición de la televisión y no en la lucha cotidiana.

“No queda más remedio que vivir, solo vivir”

La práctica de las luchas sociales que ha convertido  los medios de comunicación masiva en verdaderas baterías de artillería ideológica parapetada en trincheras sociales, nos ha demostrado que en la democracia moderna, y la postmodernidad como sistema ideológico, cultural y político, fabricar consenso es un elemento esencial. Esto significa simple y llanamente manipular l opinión pública hasta cierto punto tal que respondan a ciertos intereses, después de todo, para la clase dominante, para los propietarios de los grandes medios de comunicación las masas oprimidas solo son de interés en tanto y cuanto se convierten en amenaza al sistema establecido. En ese preciso instante dejan su objetivo de entretener y educar para manipular.

Sucede pues que comprender la ideología que traen cargadas los medios en poder de la burguesía es solo un primer paso que no tiene sentido alguno si no se convierte en un camino para liberar la noticia, la información, por lo tanto el mensaje contenido en sus discursos comunicativos. Esta liberación de la notica no pasa estricta y exclusivamente por la nacionalización de los grandes medios de comunicación, sino haciendo del pueblo y su gente actores y sujetos centrales del trabajo informativo.

El mensaje adquiere entonces un nuevo sentido, refleja  la práctica social del pueblo, sus luchas y reivindicaciones. Y esto se forma en la escuela de las organizaciones y movimientos sociales.

En definitiva los nuevos contenidos de los medios populares será la praxis social, las luchas populares y, por lo tanto, se convertir en un organizador.

La cancha está rayada pues, sabemos de dónde viene el golpe.

No se trata de defender a ningún partido (que bien podríamos hacerlo); se trata de ser bolivianos, se trata de que somos trabajadores asalariados, generalmente mal pagados, se trata de que entre nosotros viven lo que se conoce como proletarios que no tienen más que su fuerza de trabajo para sobrevivir, se trata de que queremos vivir dignamente y con libertad.

Se trata de recuperar nuestras tradiciones culturales nacionales, se trata de re identificarnos con nosotros mismos y con nuestra historia. En resumidas cuentas se trata de sabernos como sujetos constructores de una sociedad, y puesto que la búsqueda de respuestas no se las encarga a nadie y que, como lo manifestaron ya los fundadores del marxismo, nuestra libertad será obra de nosotros mismos es preciso asumirnos como luchadores sociales dignamente nacidos del pueblo. “Y no es que uno se ponga el parche antes de la herida, pero es que en este país la lengua y la pluma son los regalones de la justicia y los cariños censores que amasan el cuerpo después de tanta querella y leyes dictatoriales. Así que por eso siempre es bueno dejar las cosas en claro, para que quienes se quieran querellar y censuren el libro piensen bien la figura legal que aplicarán para solventar sus acciones”[7].

Entonces solo nos queda vivir, que no es otra cosa que luchar para alcanzar la inmortalidad, que no es otra cosa que entrar en la historia.



[1] Clausewitz, Carl Von; Sobre la guerra, Libro I, Cap. I

[2] Idem

[3] Bronowsli, Jacob; El ascenso del hombre, Ed. Fondo Educativo Interamericano, Bogotá, 1983, Pág. 88

[4] Elías, Alain; Apuntes para una estratega de poder popular, Ed. Horizonte, 1980, Pág. 11

[5] Delwiche, Aaron. Propaganda. http.//Carmen.artsci.washington.edu./propagandacontents.htm.

[6]  US Armi Operational Concept for Terrorism Counteraction. TRADOC Pamphlet núm. 525 – 37. 1984

[7] ANDAMIOS DE A IRA, Ed. La Cópula, Chile, 2000, Pág. 5


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