Que venzamos el miedo, que
vivamos sin su permiso,
sin sus normas y sin su
hegemonía. Esa es la cuestión.”
salvador López Arnal
Las calacas tienen un no sé qué, pero lo tienen. Eso qué te pone a temblar solo con verlas. Las cuencas de sus ojos ausentes y su sonrisa desdentada, pero eterna parecen hacer burla de las reacciones que provocan. Eso que produce una reacción nerviosa en el cuerpo que se llama miedo.
El miedo es la reacción natural a
lo desconocido, pero ¿qué clase de miedo es tan brutal que puede movilizar o
inmovilizar a naciones enteras? No hay duda que es el miedo político.

En ese marco se ha desarrollado
una amplia teoría sobre la denominada guerra psicológica. Los militares han
desarrollado entre sus manuales de guerra las denominadas operaciones
psicológicas desarrolladas para sembrar el miedo entre grupos sociales y
movimientos políticos contrarios al modelo dominante de construcción económica
y política. Aaron Delwiche plantea que cuando un propagandista previene a los
miembros de su audiencia que un desastre sobrevendrá si no siguen un particular curso de acción, está usando
una técnica de terror[1], está sembrando el miedo y el miedo es la
peor arma, contrae el alma e inmoviliza el cuerpo.
Está claro, entonces, que el
terrorismo es un tipo especial de violencia, que no es lo mismo que un
asesinato vulgar y silvestre, que es un acto consciente y planificado de
intimidación. Pero tampoco es lo mismo una amenaza individual que una acción de
intimidación colectiva, o un asesinato por venganza que un crimen colectivo o
sabotaje con objetivos políticos.
En resumidas cuentas las
operaciones psicológicas desarrolladas por el Pentágono, como las emisiones de
radio Martí desde Miami hacia territorio cubano, enmarcan perfectamente en un
tipo de violencia destinado a sembrar terror para debilitar fuerzas enemigas.
El terrorismo ha sido utilizado
como argumento para desarrollar actividades bélicas, intromisión en los asuntos
internos de los Estados y países, hasta invasiones como los perpetrados por el
imperio yanqui en Panamá, Een Irak, Libia, Afganistán o las constantes
operaciones militares del ejército israelí en los territorios de Palestina,
hasta llegar a presenciar las acciones de la oposición política en Venezuela,
Brasil o las actividades históricamente entreguistas, antinacionales y
abiertamente traidoras de la derecha
reaccionaria de nuestra Bolivia.
Pero, a partir de los atentados
del 11 de septiembre en Estados Unidos, la campaña mediática impulsada por los
Estados Unidos y los Estados imperialistas de Europa han etiquetado a varias
organizaciones políticas y varios países en el mundo con el mote de “terroristas”,
y han impuesto la consigna de que todos los Estados deben desplegar acciones pertinentes para liberar
al mundo de los “malvados” y de que el terrorismo (particularmente el
terrorismo internacional respaldado por algunos estados) es una plaga incubada
y diseminada por los enemigos de la propia humanidad.
En esa maraña propagandística, que llama a la
acción generalmente violenta, el Pentágono ha definido el terrorismo como “el uso calculado de la violencia o la
amenaza de emplearla para alcanzar fines de naturaleza política, religiosa o
ideológica […] mediante la intimidación, la coerción o la inoculación del miedo.”[2]
Entendiendo esta definición, con
todas sus limitaciones e intencionalidades prejuiciosas, nos queda la duda
razonable sobre si las acciones violentas de las oposición venezolana, la
campaña propagandística de los medios que ha apuntalado la destitución
“leguleya” del gobierno de Dillma Roussef en Brasil y las declaraciones agoreras de la derecha
boliviana, parapetados en medios de comunicación, tienen componentes
terroristas o no; y si lo tienen como debe ser la respuesta a estas.
[1] Delwiche, Aaron. Propaganda.
http.//Carmen.artsci.washington.edu./propagandacontents.htm.
[2] US Armi
Operational Concept for Terrorism Counteraction. TRADOC
Pamphlet núm. 525 – 37. 1984